NADA
“Para la física cuántica, el Universo empieza a parecerse más a un
gran pensamiento que a una gran máquina”
James Jeans, premio nobel
de Física
La Tierra se encuentra rodeada por un velo de cabellos
finos de materia oscura. ¿Que cómo lo sé? No, no lo sé a ciencia cierta, y
quizás nadie lo sabe, pero así lo muestran los últimos descubrimientos. Los
científicos creen que hay tal porque,
al igual que en la mente y su red de neuronas y conexiones, algo mantiene a las
estrellas conectadas entre sí a pesar de los millones de años luz de distancia
entre ellas. En el caso del planeta Tierra, parece ser que pistas invisibles la
rodean llevando y trayendo meteoritos, polvo estelar, gases, rayos gama,
cometas, etc.
Ahora, pensemos de
nuevo en ese cúmulo de cuerpos brillantes y sus bracitos luminosos brillando en
la oscuridad de la nada, naciendo y muriendo cada cierto tiempo, toda
una vida para ellas, un suspiro para otros. Imagina terminar tus días siendo
arrastrado y despedazado por un disco de oscura incertidumbre, deformando todo
tu cuerpo hasta convertirlo en spaghetti espacial, engullido por un gran
agujero negro. Debe ser una muerte horrible aun para un cuerpo celeste. Esto es
solo una suposición, nadie sabe en realidad qué pasa al otro lado del horizonte de eventos, a los mortales solo nos
queda imaginar, hacer teorías de lo que puede haber después del final.
Mencionaba antes que
los científicos aún no están seguros de que el velo de materia oscura esté allá
afuera, ya que este no puede ser visto ni se le puede detectar todavía. Es
extremadamente escurridiza y la sola idea de pensarla ya es un atrevimiento a
las leyes que conocemos. Se supone que nada interactúa con ella, la luz no la
toca, las ondas electromagnéticas la atraviesan, ningún instrumento es capaz de
medirla, nada.
¿Nada?
Eso es justamente lo
que intentaba aclarar la otra vez antes de quedarme dormido en el viejo sofá de
ébano de mi sala. Abrí los ojos, esperé un par de segundos a que mi vista se
acostumbrara a la penumbra que envolvía al cuarto, apoyé mis pies en el
lustroso suelo de mármol, me paré hacia la cocina (sentí resbalarme, pero no
caí) y entonces lo vi todo claro.
¡Claro!
Comencé a recordar el
extraño sueño que acababa de tener y comencé a entenderlo todo. Era tan obvio,
escondido como todo lo que el creador oculta de nosotros los mortales, justo
frente a nuestros ojos, como el cristal que no somos capaces de ver, aunque nos
golpeemos la nariz con él. Relataré el sueño para arrojar algo más de luz sobre
el asunto:
En el sueño yo era
apenas un microbito minúsculo, sumergido en un tejido espumoso y rosado de
algún organismo, envuelto por una atmósfera acuosa. En ella, sentí estar
rodeado por una tormenta de colores y texturas que nunca antes había tocado.
Debajo de mis extremidades amorfas de microbio pasaba un mar de relámpagos
fugaces que iban y venían desde todas las direcciones; entonces, una de esas
luces me alcanzó y experimenté cómo cada fibra de mi endeble masa se fue
paralizando, dejándome inmóvil e inconsciente.
Desperté boca arriba o
eso me pareció en aquel instante (es complicado decir dónde es arriba sin una
guía en el cielo o pies que se siembren en la tierra para indicar dónde es
abajo), el espacio había cambiado una vez más. Sin embargo, aquel lugar
tenía algo de familiar respecto al anterior, lo que me hizo pensar que no me
había ido tan lejos. Intenté moverme hacia adelante, pero mi cuerpo microscópico
había sido reemplazado por una masa que no me es posible describir, ya que no
tenía sensación de poder tocar nada. Más bien, sentía las cosas a mi alrededor
en una constante vibración. Me juzgaba más liviano y a pesar de la vastedad del
espacio oscuro que me rodeaba, pronto encontré que no estaba solo.
Sé que es difícil de
imaginar la escena que acabo de describir, yo mismo dudo de las imágenes que
conservo en mi memoria. De lo que sí puedo dar fe, es que cerca de mí pude ver
a otros como yo que andaban por ahí,
haciendo círculos graciosos alrededor de un calor intenso que nos atraía
cual polillas encandiladas por la Luna, y que me hizo participar en una danza
etérea a la que no me pude negar. A veces sentía que esos otros aparecían y desaparecían frente a mí en un acto de magia
inexplicable, todo era difuso. Traté de comunicarme con ellos para obtener
alguna pista de mi paradero (sobra decir que lo que en ese momento salió de mi
naturaleza no eran palabras), y lo logré. Ellos me comunicaron que era mejor bailar en la niebla,
dejarse llevar por la atracción del momento, y les hice caso. ¿Qué podría salir mal en un sueño? De
nuevo, desperté.
Cuando terminé de
acostumbrarme a la negrura que cegaba mi vista, pude verlo todo al fin, o mejor
dicho, sentirlo. Todo daba vueltas a mi alrededor, intenté parar y entonces, el
duro suelo marmóreo de la habitación comenzó a resquebrajarse y sentirse como
un torbellino que me atraía lento pero constante hacia su centro. Con cada paso
que daba me hundía más y más, hasta sentir que iba bajando por un tobogán de
los que alguna vez me lancé cuando aún era un estudioso de la Física.
¿Recuerdan que dije que sería una muerte horrible ser engullido y despedazado
por un agujero negro? Pues debo admitir que ha sido una sensación bastante
placentera, la de ir cayendo y cayendo pesadamente, sintiendo como todo a mi
alrededor se movía más despacio, reduciendo su velocidad. Incluso, cerca del
final, me pareció ver que todo iba en reversa. Me dejé llevar en esa danza
incorpórea como me aconsejaron aquellos seres de mi sueño.
Todo terminó más rápido
de lo que pensé. Para mí fueron solo unos segundos hasta que acabé en el
interior de ese monstruo de inmensa oscuridad en medio de la nada. Sin
embargo, no deja de sorprenderme que, mientras iba cayendo, venían a mi memoria
imágenes de vidas que no creo haber tenido. Recordaba ser un gigante brillante
en el espacio, recordaba la electricidad que circulaba por mis brazos cuando me
comunicaba con otros, y, sobre todo, recordaba un extraño sueño en el que me
estudiaba a mí misma, utilizando artefactos con cristales mientras miraba la
inmensidad del cielo nocturno sobre el techo de mi casa.
Por: Nimbus
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