El galeno
Fecha: 20 de enero del
2004
Causa directa de la
muerte: Paro cardiorrespiratorio
Causa indirecta:
Intoxicación etílica
Alma
Vidal, mi hija, nació un 21 de diciembre a las 6 de la tarde. Originalmente
pensamos que sería parto natural: primero los pródromos, espasmos, dolores en
la cadera, la sensación urgente de que ya viene, que es inminente, y luego
pujar y respirar apuradamente y sentir que va a salir, pero no, solo son
avisos, simulacros de lo que vendrá unas horas después. Desafortunadamente, las
caderas de su madre no eran tan grandes y se estaban presentando algunas
complicaciones, por lo que el médico a cargo decidió no correr riesgos y operar
inmediatamente.
El
equipo de cirujanos de Alma estuvo compuesto por tres doctores: el
ginecoobstetra, un anestesiólogo, el primer ayudante y una enfermera auxiliar.
La operación fue todo un éxito, solo cuarenta minutos y sin mayores
dificultades. Dos de esos doctores eran mis amigos y maestros, así que no me
quedaba duda de que el equipo era de primer nivel. El médico en jefe tenía ya
mucha experiencia en partos, histerectomías, ooforectomías y todos los
procedimientos y enfermedades que tienen que ver con la mujer. Sin embargo, el
Maca, quien fungió como primer ayudante, era el galeno con el currículum
más pesado de la sala, del hospital y hasta del estado entero.
Rogelio
Valencia, también conocido como el Maca en el bajo mundo de los
matasanos, era un cirujano gastroenterólogo que había adquirido una fama y
prestigio tales que incluso galenos de otros estados y de la capital mandaban a
sus pacientes a operarse con él. La fama le venía de su destreza con las manos,
que eran garantía de que las operaciones que otros no se atrevían a hacer, él
las llevaría a cabo sin problemas, por lo que se ganó el sobrenombre de el
Maca, en honor a Macaón (quien entró a Troya dentro del Caballo
de Madera). Por eso y porque el Maca solía ir a talleres de
filosofía.
Cuentan
que en los años ochenta, muy pocos cirujanos en el país se atrevían a hacer una
funduplicatura de Nissen, un procedimiento bastante complejo en ese
entonces para corregir problemas con el esófago. El Maca lo hacía
rápido, bien y sin errores, ¡y en el ISSSTE! También cumplía con sus horas
clínicas de manera profesional. Sin embargo, cuando se metía en el quirófano era
cuando se transformaba. Cuando entraba ahí, la enfermera ya sabía que debía
poner música de orquesta de Ray Coniff (su favorito) en la sala de operaciones
y en su cara se dibujaba el mayor de los goces de la vida. Pasaba de ser un
tranquilo doctor de consultorio a un hiperquinético del quirófano. Acababa e
inmediatamente se quitaba el uniforme quirúrgico y decía “estamos hechos”.
Además, me consta que era muy humano. Si un paciente no tenía el
presupuesto necesario para atenderse con él, este lo apoyaba disminuyendo el
costo del procedimiento para que pudiera atenderse.
El
doctor Valencia tenía el defecto de que le gustaban demasiado las mujeres. Digo
demasiado porque no tiene nada de malo que a un hombre le gusten las mujeres,
pero si este se casa (y más por la iglesia), he ahí el problema. El doctor no
era muy religioso en realidad, solo que su primera esposa venía de una familia
un tanto conservadora, y querían que su hija mayor se casara como debía de
ser, así que accedió a contraer nupcias en la iglesia de Sangre de Cristo,
para dejar contentos a todos, en especial a su suegra.
Al
momento en que Alma nació, su vida profesional y personal no podían estar
mejor, o esa apariencia daba. Yo lo dejé de ver casi por veinte años, más bien,
no lo volví a ver jamás. Nunca me hubiera imaginado lo que me contaron de él
hace poco.
La
semana pasada mi amigo, el doctor Mario, me contó que el Maca había
fallecido producto de una congestión alcohólica.
—Se dedicaba a tomar día
y noche. Su hermano tuvo que aislarlo —me dijo Mario con un chasquido en la
boca.
—¿Qué? ¿Por qué? Yo ni
sabía que tomaba —fue lo que le contesté, perplejo por lo que me decía de aquel
digno sucesor de Hipócrates.
—Sí, su hermano lo tuvo
que asilar. Dicen que ya no se presentaba a trabajar, faltaba durante días y
las manos le temblaban tanto que ya ni siquiera podía hacer una apendicectomía.
—¿Pero, y eso por qué? De
verdad no lo puedo creer. La última vez que supe de él por un amigo cardiólogo,
es que seguía en el ISSSTE, trabajando normal. Aunque ahora que me acuerdo, sí
me dijo que había tomado mucho unos días antes, pero pensé que era normal. Sabes,
no sé, quizás celebraba algo, estaba de fiesta o simplemente se le habían
pasado las copas. ¿A quién no le pasa de vez en cuando?
—Pues a nuestro amigo ya
le pasaba muy seguido. ¿Te acuerdas de Rosita? —agrega Mario mientras prende
uno de sus habituales cigarros.
—Sí, la enfermera del
sanatorio aquel, el que está en Independencia.
—Esa mero. Pues el
Maca dejó a Lupe por Rosita.
—Pero si ya tenía dos
hijos con Lupita…
—Sí, y con Rosita tuvo
otro más. Lupe los cachó una noche afuera del sanatorio, estaban en su auto. Supongo
que le habría dicho que tenía que hacer guardia o algo, Lupe pasó por ahí y ¡zas!,
ya te imaginarás la que se armó.
—Sí, ya me imagino. Qué mal
por Rogelio, de verdad que no tenía ni idea, para mí que seguía casado con
Lupita.
—Y no solo eso —me dice
Mario al tiempo que inhala una bocanada de humo y lo echa hacia arriba—, Rosita
también lo dejó. Se enteró de que el Maca se veía con una enfermera del
ISSSTE después de sus guardias.
—Ni hablar, no cabe duda
de que hasta los genios se equivocan.
—Todos nos equivocamos
de vez en cuando, pero al Maca ya se le había vuelto costumbre. Ya ves a Ramiro
también…
—Sí, no, ese sí se pasa,
hasta en las narices de su mujer. Algunas personas no deberían de casarse, no
porque no tengan el derecho, sino porque no nacieron con la capacidad de la
monogamia. Mejor solos que andar de dañeros, ¿no crees?
—Quién sabe, ya sabes
que yo me porto bien —se ríe Mario.
Mario me siguió contando
de otros problemas en los que se metió el Maca. Su primera mujer,
enojada por las vergüenzas que le había hecho pasar a ella y a su familia, se
aprendió su firma y fue vaciando sus cuentas de banco hasta dejarlas casi en
ceros. El buen Rogelio no se dio cuenta porque todo se lo gastaba en la bebida
y sabe Dios en qué más.
Después de que Rosita lo
dejó, el Maca cayó en una profunda depresión. Se mudó a un
departamentito en la colonia Reforma y saliendo del trabajo tomaba whiskey,
mezcal, brandy y todo lo que tuviera más de veinte grados. Comenzó a faltar al
trabajo hasta que lo corrieron del hospital. Sus amigos dicen que se la pasaba
en cantinas de poco pelo del centro y no lo veían en semanas. Sus hijos y sus
demás familiares le dieron la espalda, no sé sabe bien por qué, pero parece ser
que el Maca se ponía irascible, gritaba y rompía cosas. Finalmente, su
contador detectó que se habían estado haciendo retiros y pagos de sus tarjetas
de manera sospechosa durante al menos dos años, el Maca, fuera de sí,
fue a la casa donde alguna vez vivió en San Felipe con Lupita, sacó una pistola
que se había comprado cuando estaba en la facultad, tocó la puerta de manera
violenta y echó tres balas al aire. La policía llegó a los diez minutos y lo
metieron a la cárcel unos días. Al parecer, nunca pudo probar que Lupita había
estado falsificando su firma, pero llegaron a una especie de acuerdo para dejar
todo en paz y parar la bronca. Los hijos se pusieron del lado de la madre y
aquella fue la flecha que acabó de agujerear el pecho de Rogelio.
Con su otra exmujer no
le fue tan mal, simplemente se dejaron de hablar, aunque perdió todo contacto
con su Benjamín.
Sus hermanos también
decidieron cortar todo contacto con el Maca. Pensaban que era vergonzoso
que un médico tan reconocido acabara así, no era digno de su oficio, excepto
por su hermano Darío, quien creyó que lo mejor era encerrarlo en su casa hasta
que superara su adicción por la bebida y pudiera retomar su vida. Cuando al
Maca lo buscaban en casa de Darío, este siempre les contestaba que estaba
indispuesto o enfermo, que no podía salir y les cerraba la puerta. Nadie vio a
Rogelio de nuevo.
Todo parece indicar que
Darío tenía unas botellas de Brandy que pensó haber escondido y guardado bien
bajo llave en su cuarto, fuera del alcance del Maca. Rogelio era un
prodigio con las manos a pesar de sus ataques de abstinencia, hay habilidades
que nunca se olvidan. Su destreza para abrir y cerrar cavidades, coser esófagos,
y manejar los instrumentos quirúrgicos, cual cubiertos de cocina, hacían que
unos simples seguros y cerrojos fueran un obstáculo menor para calmar el ansia
que lo llevaría a acabarse dos botellas de Brandy en menos de tres horas, que
es el tiempo que lo dejó solo Darío aquel día. El líquido caliente descendiendo
por su esófago hacia su estómago, sintiendo el dulce sabor de la botella de Camus
que le hacía olvidar las absurdas visitas al juzgado sin haber dormido la noche
anterior; el absurdo desprecio de sus familiares que nunca le perdonaron haber
puesto su apellido en la cima, para luego avergonzarlos con su mal hábito; lo
absurdo que le parecía en un momento ser el cirujano más solicitado del estado
a pasar a ser un proscrito solo por uno o dos caprichos humanos.
También recordó los años
en que le llegaban pacientes de todo el país; los años en que se había ganado
el apodo del Maca por el cariño y la admiración de sus colegas que lo
reconocían como el mejor; los cursos en los que defendía que Avicena, “el
tercer maestro”, era el mejor de los filósofos y médicos que ha habido; a las
muchas enfermeras que lo miraban en los pasillos con los ojos desnudos. Antes
de su último desmayo, se acordó de un día de diciembre en que lo llamaron por
una complicación imprevista y él era el mejor instrumentista en turno: se
colocó su uniforme quirúrgico, lavó sus manos con la solución hidroalcohólica
para apoyar a su amigo el gineco, usó
las pinzas, las tijeras y los separadores con maestría para extraer a Alma
del bajo vientre de su madre, y enseguida, ayudó a cerrarlo, a cerrar
lentamente la barriga que lo llevaría a ese otro sueño en que fue griego, en
que seguía siendo héroe entre los suyos y engañó al troyano, y una flecha
mortal atravesó su pecho. Todavía en su último delirio alcanzó a murmurar: Consanguineus
leti sopor.
Imagen: https://historia.nationalgeographic.com.es/a/medicina-grecia-antigua-nacimiento-ciencia_7023
Me encantó este cuento. Me recordó cosas de mi infancia, buenas y malas. Pero eso es parte de la vida, que recuerde esas experiencias. Me atrapó la historia de principio a fin.
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