Visita asidua
Ya no te puedo evitar. Has venido ya desde hace rato y sé que pasas por acá de vez en cuando. Vienes y tocas a la puerta, una, dos y hasta tres veces en un mismo día y yo hago como que no estoy. Te asomas por las ventanas y te miro a través de las cortinas, colando mi ojo entre ellas, pero me delata la luz del cuarto.
A veces insistes bastante, hasta el punto del hartazgo. Otras veces he visto que solo te quedas sentada un par de horas delante de la reja, en el escalón de la entrada. Te observo por la mirilla de la puerta haciendo espirales con el dedo sobre la banqueta, te miro hasta que se fatigan mis ojos y me salen lagañas. En la noche me retiro a mi cama, cansado de esperar a que te vayas, cansado de tu inoportuna insistencia.
Aquella vez, me despedía de mi amada desde la última sala del aeropuerto, la última antes de que los filtros sean tantos que uno se pierde entre mares de gente, y justo cuando salía de ahí para tomar el taxi volteé descuidadamente y te vi, cara a cara. Subí rápidamente en el primer taxi que encontré a la orilla de la calle. Más tarde, entré a la habitación 505 del hotel donde me hospedaba, seguro de haberte perdido. Abrí el frigo de la habitación y me serví un trago de vino, luego dos, cuatro…
No me di cuenta a qué hora entraste! Debió ser después de quedarme dormido, debes haber entrado cuando la mucama quiso ver si podía hacer la limpieza. Estabas de pie junto al espejo del baño, con mi cuadernillo que llevo a todas partes. Repasaste suavemente con tus dedos algunas de las páginas, leyendo las líneas del diario contra mi voluntad:
- Ya no te quiero, entiende! Sal de esta habitación, agarra tu rumbo, busca a alguien más. Siempre vienes cuando ella se va, regresas y te quedas por horas y no te vas hasta que me voy a acostar. Eres tan inoportuna que te apareces en los momentos más tristes, en los más vagos. Viajas conmigo y me sigues de cerca, esperando siempre el instante en que las personas se despiden o se separan, pero sigues ahí, haga lo que haga. Sé que me amas, y aunque es difícil aceptarlo, eres la única compañía del viajero, del hombre de negocios, del escritor taciturno y del abuelo que se ha quedado solo. Me rindo, ven ya, siéntate a mi lado, sírvete una copa y brindemos por otro encuentro más, Soledad.
Bellísimo, hombre.
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